LlámanosWhatsapp

Los reemplazables: crónica anticipada del conductor de Uber

uber autonomos

Lo primero que hay que decir es que, si conduces para Uber, este artículo no es para insultarte. Es para advertirte.

No es un ajuste de cuentas.
Es un epitafio adelantado.
Es la crónica de una traición previsible.
La descripción de cómo te vendieron una moto sin ruedas y tú, con toda tu buena voluntad, la arrancaste pensando que era un Tesla.


La promesa

Todo empezó con una promesa.
Una promesa de libertad, de ingresos fáciles, de ser tu propio jefe.
De trabajar cuando quisieras, desde tu coche, sin jefes, sin horarios, sin ataduras.

Uber te ofrecía eso: un capitalismo blando, sonriente, que te guiñaba el ojo desde una app con diseño minimalista.
“Ven, conduce. Gana. Vive. Decide.”
Te hicieron sentir parte de la nueva economía.
Un pionero. Un emprendedor con volante.
Te compraste el coche. Te sacaste los papeles. Te diste de alta. Y empezaste.

Y al principio, claro… funcionaba.
Gente a todas horas. Carreras constantes. Bonificaciones. Premios por horas punta. “Conduce más, gana más.”

Parecía que habías llegado al paraíso de los autónomos.
Pero no sabías que, en realidad, lo que habías hecho era firmar un contrato con fecha de caducidad.


El algoritmo no tiene memoria

Con el tiempo, llegaron los ajustes.
Menos bonificaciones.
Más conductores.
Tarifas variables.
Y una palabra que empezó a sonar demasiado a menudo: “eficiencia”.

Verás, el algoritmo no tiene memoria. No recuerda si tú empezaste con ellos cuando eran cuatro gatos en una oficina con sillas prestadas.
No le importa si llevas tres años conduciendo 12 horas diarias.
No le importa si enfermaste. Si te robaron. Si ayudaste a una mujer maltratada a escapar a medianoche sin cobrarle la carrera.

El algoritmo solo calcula.
Y tú, poco a poco, fuiste dejando de ser útil.


La gran traición: coches sin conductor

Y entonces llegó el siguiente paso.
El verdadero objetivo.
No era ofrecerte trabajo.
Era usarte como puente entre dos fases del negocio.

Fase 1: crear una red de movilidad con conductores humanos.
Fase 2: reemplazar esa red por coches autónomos que no duermen, no enferman y no protestan.

No es ciencia ficción. No es conspiranoia. Es realidad.
Uber lleva años invirtiendo miles de millones en el desarrollo de vehículos autónomos.
Y ahora que la tecnología está madura, te mira —a ti, conductor fiel— y te dice:

“Gracias por todo. Pero ya no haces falta.”

Como si fueras un VHS en la era del streaming.
Como si tu esfuerzo, tu desgaste y tus horas fueran meras estadísticas temporales.


El esclavo que ayudó a construir su cadena

La tragedia no es solo que te reemplacen.
La tragedia es que tú mismo les ayudaste a hacerlo.

Mientras tú ibas de cliente en cliente por 3 euros la carrera, la empresa usaba tus datos para alimentar sus modelos de IA.
Tus giros, tus rutas, tus frenadas, tus reacciones al tráfico.
Todo fue registrado. Analizado. Repetido por máquinas.
Hasta que te hicieron prescindible.

Es como si el caballo de batalla enseñara al tanque cómo moverse antes de que lo mandaran al desguace.

¿Lo más irónico? Que incluso el propio Uber ya no necesita a Uber. Está vendiendo su división de coches autónomos a empresas más grandes. Porque lo importante no es que tú conduzcas: lo importante es que el negocio funcione sin ti.


La falsa ilusión del “nuevo modelo”

Muchos dirán:

“Bueno, cuando lleguen los coches autónomos, me adaptaré.”

¿Adaptarte a qué, exactamente?
¿A supervisar una flota que ya no necesita supervisión?
¿A limpiar coches que no son tuyos por 4 euros la hora?
¿A ver cómo el sistema al que le diste todo tu tiempo ya no te contempla como parte de su ecuación?

Lo siento, pero no.
Esto no es evolución. Es descarte.

Te vendieron el futuro como una autopista, pero tú eras el peaje.


El problema no eres tú: es el modelo

No es que seas mal conductor.
No es que no te esfuerces.
No es que no seas puntual, amable o sacrificado.

Es que el sistema nunca te quiso a ti.
Quiso lo que podías ofrecerle mientras no tenía nada mejor.
Y ahora que tiene sensores, algoritmos y coches sin alma,
tú —con tu corazón, tu espalda dolorida y tus facturas—
sobras.

Así de simple.
Así de brutal.


El taxi, ese dinosaurio que sigue vivo

Y entonces, en medio de este desguace humano disfrazado de revolución tecnológica,
miras al taxi.

Ese viejo dinosaurio con licencia, tarifas fijas y calle asignada.
Ese modelo que parecía muerto hace cinco años.
Ese que tú mismo ayudaste a desprestigiar en foros, en WhatsApp y en cada conversación donde dijiste:

“Yo trabajo con Uber, mucho mejor que el taxi. Sin jefes, sin normas.”

Y resulta que ese dinosaurio —con todo su polvo y su lentitud— sigue ahí.
Resiste.
No porque sea más moderno.
Sino porque tiene algo que Uber no tiene: una estructura que no puede reemplazarse con software.

Una regulación que, aunque imperfecta, impide que lo barran del mapa por capricho de Silicon Valley.
Una plaza en el sistema público.
Una relación directa con su ciudad.

Y tú, que creíste estar cabalgando el futuro,
descubres que en realidad estabas arrastrando una trampa.


Y ahora, ¿qué?

Ahora, vendrá la fase final.
Te lo dirán con palabras bonitas:

“Innovación”,
“transición tecnológica”,
“optimización de recursos”.

Y tú, mientras lo escuchas,
verás cómo los coches autónomos empiezan a circular por donde antes lo hacías tú.
Verás cómo tu aplicación ya no vibra.
Cómo las carreras desaparecen.
Cómo los incentivos se esfuman.

Y te quedarás con el coche a medias de pagar,
con el móvil apagado,
mirando un horizonte donde ya no hay espacio para ti.


Lo que no podrás decir

No podrás decir que no te avisaron.
No podrás decir que no era previsible.
No podrás decir que no sabías cómo funcionaba esto.

Porque lo sabías.

Y si no lo sabías, es porque preferiste no saberlo.

Porque era más cómodo pensar que esto duraría siempre.
Porque era más fácil creerse emprendedor que explotado.
Porque nadie quiere asumir que trabajó tanto para una empresa que desde el primer día planeaba dejar de necesitarlo.


El final sin épica

Este artículo no termina con esperanza.
No hay solución mágica.
No hay consejo de coaching.
No hay una plataforma alternativa.

Solo hay una advertencia:
el futuro no te necesita.
A menos que empieces a reclamar tu sitio, tu dignidad, tus derechos…
te lo quitarán.

Y no lo harán con gritos.
Lo harán con silencio, algoritmos y automatización.
Con una sonrisa.
Con una notificación:

“Gracias por formar parte del cambio. Ya no eres necesario.”


Epílogo desde el asiento del conductor

Hoy, aún conduces.
Aún recoges.
Aún das los buenos días.

Pero ya sabes que el sistema ya te está cerrando la puerta desde dentro.

Y si no lo ves, es porque prefieres mirar al GPS.
Pero no hay ruta hacia un futuro que no te incluye.

Ese es el verdadero destino.

Y no tiene botón de “finalizar carrera”.

Noticias relacionadas: Uber anuncia el despliegue de 20.000 robotaxis a partir de 2026

Scroll al inicio